>> Entrega de ficción del día: un breve monólogo interior que se me ocurrió al pasar, inspirado en Miguel de Unamuno y en Milan Kundera.
"¿Dónde está el sagrario más cotidiano sino en el hombre con quien nos encontramos todos los días?"*
Podía sentir la música por sus vibraciones, pero ya no escuchaba nada. Intenté buscar con la mirada a mis tres amigos, pero hacía tiempo que los había perdido. Creí que, seguramente, estarían en el punto de encuentro que habíamos acordado, la torre de sonido.
Rengueando y con gusto a sangre en mi boca, intenté llegar pero me fue imposible. El codo de un pesado hombre golpeó mi cabeza y caí al suelo.
Miré hacia arriba y lo que vi fue colosal. Primero, el escenario parecía estar desplomándose. Después, gente…más y más gente…una avalancha…un entierro. No supe más.
Era costumbre en quienes seguían esta banda ir a los shows con navajas. Sabía que no eran fáciles, pero nunca pensé que alguien podía morir en uno de sus recitales.
Literal: Aquella noche del 21 de noviembre de 2016, las personas en ese pogo se habían apuñalado al ritmo del punk rock.
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William Morrison estaba exhausto. Su falange había estado peleando contra las tropas de los Valois por horas. A lo lejos ya podía divisarse el poblado de San Sardos. Había que correr para llegar a sus puertas. Dentro de esas murallas se encontraba "ella", el único sentido que había movido a William a pelear en la guerra.
Pero la armadura era demasiado pesada y cinco franceses lo perseguían. El campo de batalla estaba bañado de sangre. Entre los cadáveres corría el viejo Morrison, intentando escapar de lo que parecía una muerte segura.
Aunque dio lo mejor de sí, bastó medio segundo para que una lanza francesa lo atravesara de espalda a pecho y lo matara.
Literal: Aquella tarde del 21 de noviembre de 1324, los seres humanos en esa batalla se habían masacrado entre sí.
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“Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado…”, decían las personas alrededor de mi cuerpo. Constituía un placer bastante macabro el verme desde afuera. Por primera vez, desde que había nacido, podía ver como en verdad me veían los demás. “…hágase tu voluntad, así en la Tierra …”, seguían.
Decidí irme. A medida que caminaba, el paisaje desaparecía y una extraña oscuridad comenzaba a rodearme. Lo sabía, había muerto. Era muy joven. Hubiera querido haber tenido menos problemas imaginarios y más problemas reales. Tendría que haber dicho más veces “que sí” a todo, sin pensar mucho en las consecuencias.
Y, además, ¿por qué tardé tanto en conocerla? Identificarme con ella había cambiado radicalmente mi vida. El amor me había dado todas las respuestas que necesitaba, me había llevado por donde debía ir.
Necesitaba saber qué les había pasado a mis amigos. Pudieron haber sobrevivido, es verdad, pero…cómo me gustaría que estuviesen acá conmigo. La peor de las desgracias puede volverse una gran aventura si se comparte con amigos. Incluso la muerte.
Creí ver personas a lo lejos. Al parecer, todas se dirigían al mismo lugar que yo pero desde otros puntos. “Acaecidos en el recital”, pensé. Si la vida eterna existía o, en verdad, todavía estaba tirado en el suelo del estadio, alucinando, no lo sabía. De lo que si estuve seguro, cuando los vi, fue que mis amigos, por irreales que fueran, estaban en ese lugar conmigo, rodeados por un extraño aura.
Intenté gritarles pero ningún sonido salió de mi boca. Sin embargo, sentí que escuchaban mi pensamiento. Es más, lo compartían. El amor, la vida, la muerte, la duda, el sentido de todo. Durante mi vida llegué a creer que nadie, aparte de mí, existía. Pensé que todos eran producto de mi imaginación y solo tenía la certeza de que yo era real. Pero ahora los escucho pensar. Ahora se que ellos son algo más que la resultante de mis sentidos.
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El trayecto terminó. Sobre la nada misma, se formó un círculo de personas. A mi izquierda estaban mis amigos. A mi derecha, un hombre pelirrojo y desprolijo, ensangrentado y con una antigua armadura. En el medio de la ronda se generó un portal de color turquesa.
De inmediato, sentí amor a primera vista. Era enamoramiento, nadie puede decirme que no pero…hacia nadie en concreto. Tuve una profunda necesidad de entrar al portal. Algo había del otro lado y era vital para que yo y los demás pudiésemos seguir caminando.
Fue en ese entonces cuando me di cuenta. El portal era la eterna fuente de ese sentimiento que los hombres llamamos amor. ¡Desde la existencia que viene atrayéndome, obligándome a tomar decisiones contra mi propia voluntad! Utilizando, para eso, diferentes personas a lo largo de mi vida, claro.
Era nuestro destino. Un único destino, compartido por todos nosotros. Una misma fuente que nos atrae desde siempre y que, porque la materia nos individualiza, nunca fuimos capaces de darnos cuenta que compartíamos.
Miré al pelirrojo y, aunque no movió la boca, me dijo con su mirada: “el tiempo no existe, es solo una ilusión de la vida”. Ahí estábamos todos: contemporáneos, antiguos, cavernícolas. No entendía bien donde era arriba ni donde abajo. Tampoco tuve memorias del pasado ni esperanzas al futuro.
Intenté recordar como había llegado hasta allá, pero ya no me era posible. Con mucho esfuerzo, visualicé los últimos momentos de mi vida: el poblado de San Sardos, el odio a los Valois, los franceses persiguiéndome. Y esa extraña música satánica que anunciaba mi muerte…
*Mártensen, R. 2006. El sagrario humano de Jesús.
¡Qué locura! Me hizo pensar mucho...
ResponderEliminarMis felicitaciones juani, muy bien llevado, lindos matices y analogias para condimentar al verdadero sentido del articulo. Al fin y al cabo, uno nunca sabe donde esta parado, fisica y temporalmente, aunque podemos vivir la vida a pleno para intentar dilucidar una cuasi ilusion de nuestro pasaje fugaz por el mundo. Genio Juani!
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