Esta es una de las tantas cosas que encuentro día a día mientras estudio y me hacen cuestionar: ¿no pueden destinarse los excedentes a otra cosa más productiva que carteles innecesarios o metegoles en los diques?
28 de octubre de 2009
Hasta los carteles son como uno
27 de octubre de 2009
Un coro interpretó el sonido de una tormenta
25 de octubre de 2009
Cuando la autoayuda se convierte en un vicio
En Amazon.com, una de las librerías en Internet más populares, se ofrecen más de 18 mil títulos de autoayuda. La mayoría de ellos tratan acerca de cómo conseguir el éxito económico, una autoestima elevada o, incluso, cómo relacionarse sanamente con los demás. Luego de leer un libro de autoayuda, las personas suelen sentirse satisfechas: creen poseer todas las herramientas para salir de cualquier crisis.
Sin embargo, ya son varios los casos en los que, como Mario, los libros de autoayuda van en contra de lo que predican. Es que hay personas que se reconocen adictas a este género. Según ellos, un círculo compulsivo del cual no pueden salir los obliga a comprar estos libros constantemente y, una vez que terminan de leerlos, la autoestima se les transforma en egoísmo, la confianza en soberbia y los objetivos de la vida en meros bienes materiales.
En la Argentina, estos libros ocupan, con frecuencia, los primeros puestos entre los más vendidos de no ficción. En las librerías del grupo ILHSA S.A., como Yenny o El Ateneo, se venden, actualmente, 3.656 títulos de este género. Entre ellos, 1.309 son de superación personal y 390 son de terapias alternativas, mientras que el resto se divide en temáticas tan variadas como maternidad o finanzas. Los libros de autoayuda tienen un 18% más de ventas que los libros de divulgación científica. Los precios aumentan y eso es porque la gente los demanda.
Mario, de 50 años, se reconoce como adicto a la autoayuda. Detrás de él, una biblioteca contiene libros como El Camino a la Auto Dependencia de Bucay, Padre Rico Padre Pobre de Kiyosaki y El Combustible Espiritual de Ari Paluch. “Suelo ser adicto a todo, incluso a esta literatura. Me parece fácil y muy eficaz”, confesó Mario, y agregó: “Puedo aplicarla a los verdaderos problemas de mis días…”.
¿Es posible ser adicto a un libro de autoayuda? De acuerdo al psicólogo especialista en adicciones y ex jefe de residentes del hospital Tornú, Carlos Barzani, “el objeto de la adicción es irrelevante”. El punto de la adicción “pasa por el tema de la angustia. Si la persona no puede dejar de hacer lo que hace ya que, sino, se angustia, es adicta”, manifestó.
Por su parte, la doctora en Ciencias Sociales Vanina Papalini –quien lideró la investigación Literatura de autoayuda, una subjetividad del sí-mismo enajenado, propulsada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)- dijo que no cree que exista una “lectura compulsiva”. “Veo poco probable que las personas lean compulsivamente, es contradictorio con la práctica de la lectura misma”, opinó.
Alejandra, de 41 años, vive a tres estaciones de tren de Mario. Aunque ella lo niegue, tanto sus dos hijas como su esposo aseguran que Alejandra es adicta a la autoayuda en general y que, si bien parece un chiste, les trae complicaciones. “Se angustia cuando no tiene libro sobre el cual basarse”, comentó su hija. “Mi esposa tiende a deprimirse mucho. Una vez encontró en un libro de Bucay un consuelo, y desde entonces cada vez que cae se apoya en uno de estos textos y cree que con leerlos basta”, explicó su marido.
“El libro de autoayuda es un sustituto suave que sirve para situaciones tipificadas en salud mental. La identificación del problema puede suponer autodiagnóstico”, aseguró Papalini. Sin embargo, agregó que “pueden servir para detectar la gravedad o, por el contrario, generar el mismo efecto de adaptación a las circunstancias”. Como en el caso de Alejandra.
De todas formas, ser adicto a la lectura no parece algo por lo que una persona debería preocuparse. “Hay objetos más peligrosos que otros. Si el objeto de adicción es, por ejemplo, la pasta base, es más peligroso que otro con más tiempo para ser tratado”, afirmó Barzani. Sin embargo, aclaró que la adicción, sea cual fuere el objeto, “es un asunto para prestarle atención”. Los problemas son la obsesión y la angustia que llevan a romper relaciones sociales, como en el caso de Mario.
“Las relaciones sociales sirven de contención; cuando éstas se deshacen -en las ciudades de gran tamaño, hay una pérdida real de ámbitos y tiempo para la socialización- el sujeto queda solo, y echa mano a formas individuales de resolución de sus problemas”, dijo Papalini.
Para la investigadora, el individualismo propio del neoliberalismo de los ´90 es causa y consecuencia de la lectura de libros de autoayuda. “Esta literatura tiene un efecto de “aprestamiento” social: indica modalidades de resolución de los problemas cuya clave pasa por el individuo”, aseguró.
23 de octubre de 2009
Esperar hasta el matrimonio NO ES NEGOCIO
>> Y mirar este video por segunda vez en mi vida tampoco. ¿Alguien me puede explicar de qué sirve aguantarse las ganas hasta el casorio?
Girando por Internet me topé con un video que hace mucho no veía. En el mismo, dos “hombres” poco viriles, acompañados por dos chicas, bailan ridículamente una empalagosa canción que pretende convencernos a nosotros, los jóvenes progresistas del nuevo milenio, de que el sexo después del matrimonio es la mejor y única opción.
Como sea, no dejen de ver la imitación que le hicieron al video. Bastante graciosa, por cierto.
18 de octubre de 2009
Bitácora de viaje: Machu Picchu - perdidos en la selva
El olor a humedad se sentía, pero no era ni parecido al de la ofuscada ciudad. Más bien me sensibilizaba hasta las más profundas fantasías, recuerdos de una infancia anhelante de aventuras. Y acá estaba, queriendo volver…
Anduvimos caminando por más de dos horas en una cargada selva, cuyo forraje floral estaba constituido de las más exóticas especies. El camino lo formaban molestas y afiladas piedras, componentes de un perfecto terraplén que sostenía unas viejas vías de tren. Cada paso que daba oscilaba entre la madera de la vía o la roca del suelo, haciendo que mi andar fuese pesado y dificultoso. Cada tanto, un descendiente de algún lejano Inca o un turista gringo se nos cruzaba a contra camino y nos informaba sin aliento que aún nos quedaban varias horas de caminata. El tramo era espinoso…
Veníamos de escalar el imponente Wayna Picchu. No habíamos comido más que un paquete de galletitas. Para tomar solo teníamos un litro de agua recogida de un arroyo. Era evidente, ya alevoso, que nuestros cuerpos exigían nutrirnos. Pero, ¿con qué?
Nuestro andar siguió pese a las quejas. A paso firme y redoblado, acostumbrados a un ritmo más por inercia que por disciplina, llegamos a la planta hidroeléctrica. Un torreón metálico, que emitía un sonido idéntico al que emiten las naves espaciales de “Star Wars”, sobresalía de las copas de los árboles. A su alrededor, la nada misma. Ni una voz, ni un humano. Solo nosotros y el entorno, escalofriante.
Habíamos perdido el tren y, como consecuencia, ahora tampoco podíamos volver al Cuzco. No solo estábamos en medio de una selva inhabitada, sino que también era el centro de Sudamérica, el norte del Perú, lejos de nuestra Patria. Sólo teníamos nuestros cerebros, nuestro aguante y lo que más sea…
Sentíamos una creciente preocupación. Creí ver en los rostros de mis amigos miedo y resignación. Nos sentamos, miramos el paisaje. A través de las plantas se divisaba un inmenso precipicio. Enfrente de nosotros, una alta montaña nos hacía frente. Nos sentamos en un lugar desde donde podía apreciarse todo el valle, y terminamos por darnos cuenta que no había ninguna ruta, ningún camino. Solo kilómetros y kilómetros de selva.
Contemplamos el cielo, nos miramos entre nosotros y decidimos no dejar que el azar nos gane. En ese momento, me pareció escuchar el ruido de nuestros cerebros funcionando…En realidad era un camión que se acercaba de la nada. Dios nos había escuchado…