18 de octubre de 2009

Bitácora de viaje: Machu Picchu - perdidos en la selva

>>El último verano me fui de mochilero de Salta al Machu Picchu con dos amigos. El siguiente es un fragmento del "diario de viaje":


Valle Sagrado del Inca, cuenca del río Urubamba.-

Día 8 - Enero del 2009.-

El olor a humedad se sentía, pero no era ni parecido al de la ofuscada ciudad. Más bien me sensibilizaba hasta las más profundas fantasías, recuerdos de una infancia anhelante de aventuras. Y acá estaba, queriendo volver…

Hace dos días ya que nos habíamos alejado del Cuzco. Pasar la noche en medio de la selva no estaba en nuestros planes, pero gracias a una mala organización, perdimos nuestro tren y no pudimos volver.

Anduvimos caminando por más de dos horas en una cargada selva, cuyo forraje floral estaba constituido de las más exóticas especies. El camino lo formaban molestas y afiladas piedras, componentes de un perfecto terraplén que sostenía unas viejas vías de tren. Cada paso que daba oscilaba entre la madera de la vía o la roca del suelo, haciendo que mi andar fuese pesado y dificultoso. Cada tanto, un descendiente de algún lejano Inca o un turista gringo se nos cruzaba a contra camino y nos informaba sin aliento que aún nos quedaban varias horas de caminata. El tramo era espinoso…

Veníamos de escalar el imponente Wayna Picchu. No habíamos comido más que un paquete de galletitas. Para tomar solo teníamos un litro de agua recogida de un arroyo. Era evidente, ya alevoso, que nuestros cuerpos exigían nutrirnos. Pero, ¿con qué?

Nuestro andar siguió pese a las quejas. A paso firme y redoblado, acostumbrados a un ritmo más por inercia que por disciplina, llegamos a la planta hidroeléctrica. Un torreón metálico, que emitía un sonido idéntico al que emiten las naves espaciales de “Star Wars”, sobresalía de las copas de los árboles. A su alrededor, la nada misma. Ni una voz, ni un humano. Solo nosotros y el entorno, escalofriante.

Habíamos perdido el tren y, como consecuencia, ahora tampoco podíamos volver al Cuzco. No solo estábamos en medio de una selva inhabitada, sino que también era el centro de Sudamérica, el norte del Perú, lejos de nuestra Patria. Sólo teníamos nuestros cerebros, nuestro aguante y lo que más sea…

Sentíamos una creciente preocupación. Creí ver en los rostros de mis amigos miedo y resignación. Nos sentamos, miramos el paisaje. A través de las plantas se divisaba un inmenso precipicio. Enfrente de nosotros, una alta montaña nos hacía frente. Nos sentamos en un lugar desde donde podía apreciarse todo el valle, y terminamos por darnos cuenta que no había ninguna ruta, ningún camino. Solo kilómetros y kilómetros de selva.

Contemplamos el cielo, nos miramos entre nosotros y decidimos no dejar que el azar nos gane. En ese momento, me pareció escuchar el ruido de nuestros cerebros funcionando…En realidad era un camión que se acercaba de la nada. Dios nos había escuchado…

3 comentarios:

  1. Ay el periodista(L) tu vida es un libro de "elige tu propia aventura"

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  2. Imantado comienzo. Pésimo final.
    Meta juani y de ultima q en la próxima aparezca un duende o Matt groening, nose!
    i love you

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